Seguro que muchos de vosotros sentís como yo que el año tiene dos comienzos, el de enero y el de septiembre; y si me hacéis elegir, casi os diría que el arranque escolar me parece más iniciático que el del calendario. También en la naturaleza se refleja esa faceta, y lo viejo desaparece para replegarse en forma de semilla y arrancar de nuevo el ciclo.
Este año, después de tantos meses reprimiendo energías, el aire vibra con un electrizante potencial de creación: hay ganas de hacer cosas. Por esto me imaginaba que ese espíritu otoñal de página en blanco sería aún más poderoso que otros años, y que sería un buen momento para arrancar de una vez a construir ese futuro a largo plazo que llevamos demorando demasiado tiempo. Sin embargo, algo no ha salido como debiera. Es difícil pensar en construir un futuro más verde, justo y alegre cuando las tarifas de la luz baten récords por la dependencia a los combustibles fósiles, y de fondo arden Ávila y Sierra Bermeja, explotan volcanes y la ONU emite su enésimo informe avisando de que ya vamos tarde para evitar el desastre climático. Esto no parece el comienzo de nada, sino lo contrario.
Una encuesta reciente, la mayor realizada hasta el momento sobre cambio climático y ansiedad, dice que seis de cada 10 jóvenes de entre 16 y 25 años están muy o extremadamente preocupados por el cambio climático; cuatro de cada 10 dudan si tener hijos en un mundo que se muere. La película Hijos de los hombres haciéndose realidad. Desde hace unas décadas, diría que desde el estreno de Matrix, el género entero de ciencia ficción es casi sinónimo de distopía posapocalíptica. Sagas como Star Trek, donde la sociedad humana ha dejado atrás sus diferencias y se dedica a la exploración aventurera del universo pertenecen a otro tiempo. Desde Mad Max a WALL-E, parece que los guionistas son incapaces de imaginar historias que transcurran en una sociedad que no haya colapsado. No les puedo culpar: al fin al cabo es ciencia ficción, no fantasía.
Esa muerte de la imaginación, esa incapacidad de siquiera plantear modelos diferentes, es en mi opinión lo más valioso que el turbocapitalismo en el que vivimos nos ha robado. Nos han quitado el sueño de una sociedad unida en la persecución de la felicidad y el bien común, y nos lo han cambiado por una doble con queso a domicilio. Por eso creo que es lo primero que debemos recuperar. Necesitamos ideas nuevas, sorprendentes, osadas, que nos hagan pensar “es imposible, pero… ¿y si funciona?”. Sin alternativas, sin la posibilidad de hacer una enmienda a la totalidad y arrancar desde cero, acabaremos dando vueltas sobre las mismas ideas que ya todos sabemos que no dan más de sí. Como esperar fruto de un árbol seco en vez de plantar nuevas semillas.
Guillermo.