Mirando las noticias o la publicidad, parece que las llamadas a combatir los grandes retos que afronta la humanidad (ya sabéis, lo de no extinguirnos y tal) operan a dos niveles extremos: o se dirigen al individuo, pidiéndonos a todos y cada uno de nosotros una actitud aún más consciente, o apelan a los estados, reclamándoles que, por una vez, pongan su inmenso poder al servicio del bien común.
Es fácil que una persona pierda la esperanza ante estas dos opciones funestas: o echarse literalmente el planeta sobre sus espaldas y esperar que con su cambio a bolsas de basura compostables se pueda revertir todo el CO2 emitido desde la Revolución Industrial; o colocarse tras una pancarta y poner velas para que quienes se sientan en los consejos de ministros (o de administración, que para el caso es lo mismo) elijan dejar de destruir la vida frente a continuar haciéndolo. Ecoansiedad e impotencia, o frustración y desencanto: elige tu propia tortura.
Esta visión que reduce la estructura social a sus extremos, por un lado algo minúsculo que no tiene poder, por otro lado algo tan enorme que resulta inaccesible, aparte de ser muy conveniente para los partidarios del status quo, ignora los infinitos tipos de cooperación que pueden darse entre medias. Más allá de nuestros roles de consumidores y votantes individuales, seguimos teniendo la posibilidad de agruparnos y sumar fuerzas, aunque a veces parezca que a alguien no le interesa que nos acordemos de ello.
Que se lo digan a la gente de ASCEL, una pequeña asociación con apenas 340 socios, responsable de impulsar la ley por la que la caza del lobo queda prohibida en todo el país. ¿Quién le hubiese dicho a Félix Rodríguez de la Fuente, cuando lanzó su El hombre y la tierra en un momento en el que apenas quedaban 200 lobos en todo el país, que 50 años después un puñado de entusiastas cambiaría para siempre la historia del Canis lupus en España?
Hay que seguir contando las historias de los pequeños grupos, y recordar que, a pesar de lo que cuenten los adalides del individualismo desde las escuelas de negocios, la estrategia más exitosa del Homo sapiens no es la competencia sino la colaboración. Por eso, os invito a que en 2022 hagamos un esfuerzo por unirnos. En grupos, gremios, asociaciones, clubes, orfeones, empresas, sindicatos, piaras. A través de acuerdos, pactos, contratos, alianzas, convenios, trueques. Que 2022 sea el año en el que redescubramos que, entre la soledad del yo y la distancia del ellos, estamos nosotros.
Guillermo.