Carta nº 13 – Verano 2022

Cuando me preguntan si me ha merecido la pena cambiar la seguridad de una nómina por la incertidumbre de mi propio proyecto, escondo cualquier atisbo de duda y contesto que sí, poniendo como ventajas la libertad creativa, la ausencia de estructuras anquilosadas, la satisfacción de colaborar con mis personas favoritas. Motivos muy profesionales que proyectan la imagen de un Creyente del Nuevo Trabajo, cuando en realidad el verdadero tesoro que he encontrado como autónomo es poder salir al parque con mi perro un martes a las 11 de la mañana sin darle explicaciones a nadie. La conquista del paseo.

Esas salidas me obligan a dejar de mirar la pantalla del ordenador, mover las piernas, segregar un poco de vitamina D; cualquier médico de cabecera asentiría satisfecho ante este proyecto de jubilado. Pero lo que de verdad me motiva es ver a Jack, mi perro, pasar de ser un trapo adormilado que me hace chantaje emocional desde debajo del sofá a convertirse en un agente del caos en cuanto pisamos la calle. Observarle oler cada esquina, perseguir cada palo, lanzarse a cada fuente que nos cruzamos con el entusiasmómetro a todo gas me llena el pecho de alegría, pero también hace que me cuestione: ¿hay algún momento de mi vida en el que yo esté tan absolutamente dedicado al aquí y ahora?

Lo más parecido que encuentro está en el momento del recreo de los lejanos años del colegio. Esa media hora de liberación era un oasis de presencia en medio de la neblina rutinaria de las clases; recuerdo más juegos de escondite que lecciones de lengua. En el recreo, entregado en mente y cuerpo a pillar, no ser pillado o convertirme en el héroe del día con una salvadora patada a la botella, por mí y por todos mis compañeros pero por mí primero, me transformaba en movimiento y reacción y la vida se sentía real. El perro Jack y el niño Guillermo, hermanados por la acción pura.

Arranca el verano y la publicidad nos vende todo lo relacionado con las vacaciones con palabras como “escapada” o “paréntesis”, un periodo excepcional antes de volver a la “vida real”. Pero es justo al revés: el tiempo libre no es una huida, sino un regreso a nuestro estado natural. Comer con los amigos, subir una montaña, dormir la siesta, follar, sudar, leer un libro, sumergirte en el agua y flotar a la deriva durante 15 segundos. ¿Hay algo más real que tener un cuerpo y usarlo para darnos gusto? ¿Y hay un patio mejor donde jugar que la naturaleza? 

Mientras esperamos pacientes a la abolición definitiva del trabajo y que la vida se convierta en un recreo interminable, te conmino a que vayas ensayando esa vida futura con estas vacaciones. Vívelas como si el timbre del patio se hubiese roto, como si el universo entero fuese un palo volando en el aire y tú corriendo detrás de él. Vive el verano como lo haría un perro; vívelo como el animal que eres.

 

Guillermo.

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