La hipótesis del mono colocado (stoned monkey en inglés) propone que el gran salto cognitivo humano que se produjo entre 2 millones y 300.000 años atrás fue impulsado por el consumo de setas alucinógenas. Según esta idea, nuestros antepasados, al seguir el rastro de sus presas por la sabana africana, se encontrarían creciendo en sus heces el hongo Psilocybe cubensis, famoso por sus efectos psicoactivos, y si algo une a los homínidos de cualquier época es no dejar pasar una seta. El consecuente subidón sensorial habría potenciado el pensamiento abstracto y la empatía, lo que habría abierto la puerta al lenguaje avanzado y la cooperación, la herramienta más poderosa de la familia Homo.
Esta indemostrable hipótesis convive con otras como la del mono asesino, que vemos representada en la primera escena de 2001: Una odisea en el espacio y que achaca ese salto evolutivo al descubrimiento de la capacidad de matar. Personalmente, creo que el término “mono colocado” tiene mucho más gancho, y además me parece infinitamente más creíble. ¿Has visto alguna vez a un humano o humana desnudos? Ni rastro de caparazón, ni garras retráctiles, ni pico afilado, ni siquiera unas tristes púas; no es precisamente el aspecto de una máquina de matar.
Piel, pelo, ojos, labios. Algunas de las partes más frágiles de nuestro cuerpo están en el exterior, más pendientes de percibirlo que de protegernos de él. ¿Y si cazar y matar fuesen tareas secundarias, tediosa burocracia necesaria para la supervivencia? ¿Y si la verdadera misión de nuestro cuerpo no fuese luchar y protegerse, sino sentir el mundo y abrirse a él, aspirarlo, lamerlo, besarlo?
¿Qué animal trenza pétalos en su cabello para atraer a sus semejantes?
Me temo que a veces somos demasiado severos con el animal humano, yo el primero. Nos pedimos una dureza ante los demás y ante nosotros mismos para la que quizás no estemos tan preparados como nos han hecho creer. Es primavera y la naturaleza se abre ante nosotros; es tiempo de imitarla, dejar caer la coraza y celebrar nuestra blandura. Como dijo Sabina Urraca al ver la portada de este número, “es como alguien ahogándose en flores de forma voluntaria”. Pues eso: rindámonos. Es la hora de desnudarse y sucumbir ante las flores.
Guillermo.