Hace años, cuando salía del aula donde acababa de hacer el último examen del curso, sentía una enorme envidia de mis compañeros. No porque lo hubiesen hecho mejor que yo, sino por su capacidad para expulsar la tensión de las últimas semanas en una larga exhalación de alivio, “uuuuuffffff ”, y entrar inmediatamente en modo vacaciones. Yo no podía. Mi mente, en vez de soltarse como un muelle, se portaba como un músculo contracturado, y todavía necesitaba unos días para, poco a poco, recuperar su forma natural. Después de 48 horas de sueño, entonces sí, estaba listo para el verano.
Esto sucedía tras cuatro semanas de estudio y cuando apenas acababa de entrar en la veintena. Ahora, con el doble de edad y tras un año y pico con un puño de 20 kilos pellizcándome constantemente el estómago, es posible que necesite algo más que una cura de sueño para sentir algo parecido a la calma. Creo que no soy el único. Incluso con la vacunación avanzando como un tren sin frenos, muchos no nos creemos que esto se vaya a acabar. El pequeño mamífero peludo que vive en nuestro cerebro ha recibido muchos palos y de momento prefiere, si se lo permiten, hacerse un ovillo en el rincón más alejado.
Pero, aunque nos cueste, hay que creer. Debemos ser optimistas, no pensar en el futuro ni en lo que hemos pasado, e imponernos un estricto régimen de disfrutar del aquí y ahora. Es nuestra obligación. Se lo debemos a los enfermos, a los fallecidos y a los que nos han cuidado. A esa cosa triste del año pasado que quisimos llamar verano, a los paseos por el bosque y las siestas en el jardín que no nos pegamos. A toda la serotonina y oxitocina no derramada. Al mamífero apaleado. Y, un poco, nos lo debemos a nosotros mismos.
En el momento en que escribo esta carta, acaban de anunciar que en unos días podremos quitarnos la mascarilla al aire libre. La idea de algo tan sencillo me produce mareos de libertad. Volver a ver caras desconocidas. Sentir cómo el viento seca las lágrimas sobre nuestras mejillas. Y poder lanzar sin barreras un largo suspiro que expulse un año y medio de mierda y haga hueco en nuestro interior a un poco de felicidad. Uuuuuffffff.
El verano ya está aquí, y el sol en su zénit alumbra los rincones más oscuros. Celebremos el triunfo de la luz, de la razón, de la bondad. Es nuestro deber. Si
no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Guillermo.