“El silencio nos envuelve. No podemos evitar preguntarnos a dónde ha ido toda la vida salvaje. Pienso en la crueldad que supone que fuerzas tan impasibles determinen la vida y la muerte de tantas criaturas.”

Las últimas cabras entran en el corral y El Cáscaras habla para sí mientras cierra la cancela:

Uno se pasa el día mirando el cielo, desesperado por que llueva.

A unos metros de él, Antonio baja la mirada y presiona el suelo con el borde de su bota. Con un movimiento lateral remueve la tierra y el polvo se eleva en el aire.

Con que cayeran 15 litros brotaría la hierba, el aire cambiaría, los árboles cambiarían… Cambiaríamos hasta nosotros.

Estamos a finales de septiembre y no ha llovido desde mayo. La primavera no fue generosa y las escasas lluvias han dejado a la tierra sedienta. En un buen año, con la lluvia bien repartida entre el otoño y la primavera, el ganado no necesita ningún aporte extra de comida: la tierra la proporciona. Este año, sin embargo, llevamos meses echándole de comer. 

En la voz de Antonio se mezclan la lenta agonía y el aburrimiento que produce una decepción tan prolongada.

Llevo más de 12 años trabajando aquí y nunca he visto nada igual. 

Nos despedimos del Cáscaras —así se apoda el cabrero— y nos dirigimos a la casa. Mientras conduce, Antonio mira a ambos lados del camino que cruza la finca. Sé exactamente lo que está pensando. La amenaza del fuego. Una colilla, una pequeña chispa —o la venganza de un furtivo que ha sido sorprendido cazando animales en la finca— y el monte ardería con facilidad. Antonio aprieta el volante entre sus manos. 

A veces, amodorrado en la casa en las horas de más calor, me sobresalto creyendo que huele a humo. Salgo corriendo, pero no hay nada. Uno se preocupa hasta imaginarse cosas.

Le he oído decir esto muchas veces, pero el desasosiego aumenta con cada día de sequía. Mira su antebrazo y luego mis ojos: 

Se me ponen los pelos de punta de solo pensarlo…

LluviaB

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En Esperando la lluvia, Rogelio Luque describe la sequía que hirió hace unos años la dehesa de la finca donde se crió. Rogelio volvió desde su residencia en el extranjero para pasar unos meses en el lugar de su infancia, y aunque pensaba que otro año habría disfrutado más de la vida en el campo. le reconfortó saber que, cuando la tierra sufría, él estuvo allí sufriendo con ella. De su experiencia surge este texto poderoso y poético sobre la vinculación con el campo.

Esperando la lluvia fue publicado en el nº 6 de Salvaje, junto con reportajes sobre la pareja que cuida cientos de buitres en Teruel, la labor de las escuelas unitarias rurales o la nueva tipología de incendios de sexta generación, entre otros.

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